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Estos días se cumple un año desde que los hermanos Kaulitz decidieron hacer las maletas en Villa Hamburg para irse a vivir a Los Angeles. Desde entonces, mucho ha llovido y pocas han sido las novedades a destacar con mayúsculas, salvo la presencia de alguna barba semicalorra o un nuevo color de pelo que ha dejado a la comunidad de Fans al borde del coma.

Resulta evidente, que los Kaulitz han encontrado paz y espacio en su nuevo destino pero por otra parte, su presencia en Los Angeles está pasando totalmente desapercibida. Imágenes de entrada y salida en algún restaurante o la presencia en un evento de Nivea no puede decirse que sean actos que definan una minima actividad o integración. Bill y Tom son un plato inexistente para los paparazzis en Los Angeles, unas migajas a las que se les echa la foto de turno para intentar colocársela al siempre presente Bild Zeitung pero que no tienen absolutamente nada que ver con la horda de famosos con las venas llenas de caspa que pueblan el papel couché internacional.

La tragedia de Bill Kaulitz de puertas a fuera siempre ha sido la eterna huida de la mediocridad. Los que hemos tenido el placer de conocerle, sabemos que no lo está pasando especialmente bien en el temporal retiro americano. Sus últimos cambios de look cada vez más radicales no quieren más que reclamar una atención que él cree perder con el paso del tiempo y que le genera una gran angustia y desazón.

Es casi imposible no recurrir al paralelismo con la historia del británico Robbie Williams, el cual escapó hace unos años del acoso periodístico en su país a Los Angeles para regresar tiempo después con las fuerzas renovadas y valorando el agobio impuesto por la prensa como parte indispensable para el éxito musical.

Volved pronto amigos. Para ver series de televisión sin cesar y estar enganchado a Internet no tiene mucho sentido vivir en Los Angeles. Aquí, se os echa de menos.

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